Hace poco los medios de comunicación se hacían eco de la necesidad de los países occidentales de volver a la energía nuclear, con las ventajas de ser limpia, duradera e independiente de los vaivenes de los precios y de las presiones de los países productores de petróleo. La situación internacional no es de estabilidad, la entrada de los americanos en Irak, la posición de Iran empeñada en desarrollar su propio programa de enriquecimiento de uranio, la inestabilidad política de los países africanos, los nacionalismos populistas de algunas naciones sudamericanas y el aumento espectacular de las necesidades energéticas de los países emergentes como China e India hacen que el mercado del petroleo se encuentre en continuo ascenso y responda más a los pronunciamientos políticos que al mercado. Por otro lado no puede olvidarse que Rusia, gran reserva mundial de gas y petróleo, ha encontrado en la energía un arma que le permita ser de nuevo una gran potencia y no duda en utilizar sus yacimientos como elemento político.
Las grandes multinacionales energéticas y eléctricas y países como Francia y Alemania han iniciado el diseño de nuevas centrales nucleares, no solo más eficientes sino también más seguras, ya que hay que hacer olvidar a la población los grandes desastres ocurridos durante el siglo XX. Esta energía no solo plantea el problema de la seguridad, sino también de la eliminación y almacenamiento de residuos, elementos cuya actividad es de muy larga vida y cuya radiación es delicado controlar, máxime cuando sus efectos en los seres vivos es nefasta. La localización de estos cementerios nucleares es difícil pues no solo deben reunir ciertas condiciones de aislamiento, sino que además habrá que compensar a las poblaciones cercanas, a las que habrá de dotar de mejores infraestructuras de todo tipo, viarias, sanitarias, educativas,... y la elaboración de planes ante posibles escapes radioactivos u otro tipo de accidentes.
Parece ser que salvo los accidentes ya conocidos como el de Ucrania, las centrales nucleares son seguras, no afectan al entorno medioambiental y no contribuyen al incremento de la polución y por consiguiente al crecimiento del agujero de ozono. Ello junto con su larga vida, la gran eficiencia en la producción de electricidad y la no dependencia de los países islámicos hace que cada día sean más el número de partidarios de este tipo de producción eléctrica que permitiría a los países occidentales reducir su dependencia energética y hacer frente al final de la era del gas y del petróleo con mayores garantías y perspectivas.
No obstante, y aun siendo una alternativa importante no debemos olvidar la existencia de otras formas de producir energía también limpias y no peligrosas, como la eólica, la procedente de la biomasa, la fotovoltaica,.... algunas de ellas además permiten que las zonas rurales se desarrollen y disminuyan su dependencia de las subvenciones y ayudas agrícolas, son las llamadas energías rurales. Corresponde pues a los distintos países el ir planificando la sustitución de las energías “sucias “ por estas otras, no cayendo en el peligro de pasar de una dependencia energética a una dependencia tecnológica, ya que en especial la nuclear está en manos de las grandes potencias y de las grandes multinacionales.
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