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18 abril 2006

Occidente y el islam

Según dicen, el Corán obliga a los musulmanes a enseñar a leer a todos los creyentes y asistir y dar de comer a pobres y enfermos. Muchos de los que hoy día son países creyentes también son grandes productores de petróleo y derivados. Una característica que les une es que la mayoría tienen estructuras políticas medievales y, algunos se han constituido en repúblicas islámicas en las que el clero ha tomado el poder político, sin embargo independientemente de su organización política en prácticamente todos ellos rige en mayor o en menor medida la ley islámica.

Cabe preguntarse hasta que punto los gobiernos de estos países han realizado esfuerzos para cumplir las directrices del Corán, cabe preguntarse si han creado suficientes escuelas y universidades, si han permitido el acceso a las mismas a todas las clases sociales, si han eliminado o reducido al mínimo la pobreza, el hambre y las enfermedades, si han dado trabajo a sus poblaciones para que no solo puedan sobrevivir sino que además lleven una vida digna y sin problemas. Y hasta que punto sus dirigentes han pensado que los recursos de los que disponen no son inagotables y necesitan dotarse de estructuras y economías que les permitan afrontar el día después con garantías suficientes en un mundo globalizado como el nuestro.

Por otro lado nos encontramos un gran problema y es que precisamente en estos países es donde el integrismo islámico está reclutando más adeptos, sobretodo entre los descontentos que ven al Islam como la única salvación. En las mezquitas a las que asisten todos los viernes los imanes les arengan y les inculcan la religión, pero también les inculcan el odio a todo lo que representa la sociedad occidental, a la que hacen responsables de todos los males que no solo les afectan a ellos sino también al resto del mundo. Y junto a ese odio religiose, económico y político hacen renacer el nacionalismo panislámico, defenciendo que tan solo las costumbres y las leyes del profeta son válidas y las únicas que hay que cumplir a cualquier precio, y por la misma razón lo occidental significa decadencia y hay que acabar con él de todas las maneras posibles. Y esa decadencia occidental pueden verla y palparla a través de nuestras cadenas de televisión que les hacen conocer nuestra forma de vida y nuestra opulencia y prepotencia.

Pero lo dramático es que lo mismo está sucediendo en los países occidentales que han recibido a los emigrantes de esos países como mano de obra barata y, ahora con las segundas generaciones nos damos cuenta de que no se ha producido su integración, sino que se han constituido como guetos en nuestras ciudades. Guetos en los han continuado practicando sus costumbres y su religión, y en ellos han nacido las nuevas generaciones que han visto como aún pudiendo participar en las instituciones políticas occidentales, siguen siendo considerados como inmigrantes y ni se les permite ni se les reconoce su integración. También sienten como en momentos de crisis en las que no existe suficiente trabajo es en sus barrios donde mayor paro se produce. Todo ello ha contribuido a que el islamismo vuelva a triunfar, y sus mezquitas y sus centros de reunión sean utilizados por los ulemas e imanes como púlpitos en los que predicar no solo el Islam sino el odio hacia lo occidental y la justificación de los medios violentos como castigo.
Esperemos que las culturas, las civilizaciones occidental e islámica lleguen a la comprensión y al entendimiento, y que la paz que las religiones de los predican pueda alcanzarse sin necesidad de recurrir a métodos violentos que lo único que conllevan es desgracia y distanciamiento.

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