En los últimos años estamos asistiendo a un desenfreno inmobiliario convertido en motor de la economía, pero que no se sabe a donde nos llevará. Las noticias cuentan que municipios costeros con apenas unos miles de habitantes pretenden urbanizar y construir viviendas para cien mil o más personas, no sabemos si serán segundas, terceras o primeras viviendas, o si están destinadas a nacionales o a extranjeros. Lo cierto es que los ayuntamientos están encontrando en la construcción el dinero que necesitan para sus presupuestos y por desgracia para algún político que otro que a río revuelto ganancia de pescadores. Y si la cosa sigue igual en unos pocos años se habrá terminado el suelo urbanizable, las playas estarán rodeadas de viviendas y nuestros hijos y nietos serán posiblemente camareros, limpiadoras de hogar, en definitiva personal de servicios de una población que en la mayoría de los casos no se sentirán miembros de nuestros pueblos. Esta claro que los municipios deben aprovechar la oportunidad, pero pensando en el futuro, en la calidad de vida, en los servicios que han de ofrecer, en las zonas verdes, en el medioambiente, en los paisajes que están cambiando, han de pensar en las nuevas generaciones que encontraran ciudades abarrotadas de viviendas, no sabemos si ocupadas, sin apenas suelo que aprovechar y donde el único recurso es el turismo y los servicios que lleva asociados.
En la ciudad donde vivo las grúas llenan el cielo, las calles están llenas de camiones transportando escombros, materiales y tierra, y todos los espacios que había desde mi casa hasta la playa están en construcción donde antes había invernaderos, algunos de los agricultores después de obtener esa renta producto de la venta de su parcela, ya urbana, se están desplazando hacia la montaña o hacía otros municipios y la actividad que más abunda es toda la que se produce alrededor de la construcción. Ya no se construyen duplex o viviendas adosadas, ahora lo que toca son los edificios, incluso cerca de la playa, gracias a dios no muy altos. En el pueblo antiguo de Aguadulce, la zona situada al norte de la carretera nacional está completamente abarrotada de edificios y existen problemas hasta de aparcamiento, y las zonas verdes brillan por su ausencia. Pero lo sorprendente es que la construcción ha seguido montaña arriba hasta el límite que supone la autovía e incluso en la zona de los acantilados asistimos atónitos a la construcción de unos edificios que lo cubrirán todo cambiando el paisaje.
En la ciudad donde vivo las grúas llenan el cielo, las calles están llenas de camiones transportando escombros, materiales y tierra, y todos los espacios que había desde mi casa hasta la playa están en construcción donde antes había invernaderos, algunos de los agricultores después de obtener esa renta producto de la venta de su parcela, ya urbana, se están desplazando hacia la montaña o hacía otros municipios y la actividad que más abunda es toda la que se produce alrededor de la construcción. Ya no se construyen duplex o viviendas adosadas, ahora lo que toca son los edificios, incluso cerca de la playa, gracias a dios no muy altos. En el pueblo antiguo de Aguadulce, la zona situada al norte de la carretera nacional está completamente abarrotada de edificios y existen problemas hasta de aparcamiento, y las zonas verdes brillan por su ausencia. Pero lo sorprendente es que la construcción ha seguido montaña arriba hasta el límite que supone la autovía e incluso en la zona de los acantilados asistimos atónitos a la construcción de unos edificios que lo cubrirán todo cambiando el paisaje.
Esta claro que la economía de la zona se está beneficiando de este boom urbanístico, pero también es cierto que esta hipotecando nuestro futuro ya que no se está realizando una planificación a largo plazo sino todo en el corto, en un intento de obtener los máximos beneficios. Hay que pensar en una economía alternativa, en la agricultura intensiva, en la industria auxiliar de la agricultura, en la investigación y la innovación, y no solo en los ladrillos, y ojo los tipos de interés no siempre estarán tan bajos y las subidas repercutirán directamente en las economías de los hipotecados. En fin, el futuro no es solo mañana sino las próximas generaciones.
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