Muchos padres introducen a sus hijos, desde pequeños, en la práctica de algún deporte, ya que es una forma saludabe de educarlos y ayudarles a crecer con salud. Entre las consecuencias que esto produce está la obligación de llevarlos a los entrenamientos y en su caso a las competicioines en las que participen, siguiendo su trayectoria y animándolos, aunque más que un deber es un acto voluntario ya que disfrutan viendo como los niños evolucionan y se desenvuelven en la práctica de esta actividad física.
Hasta aquí todo es normal, pero a veces los padres creen ver en su prole un atleta con futuro,
sobretodo los que practican el fútbol, el tenis, el baloncesto o algún deporte de gran prestigio social, y a partir de ese momento comienzan a implicarse de tal modo en la actividad deportiva que consideran, sin ningún tipo de duda, que los niños quieren lo mismo que ellos y, éso no siempre es cierto. Está claro que los niños ven el deporte como un juego, que disfrutan con su práctica, que desean competir y obtener victorias y trofeos, y que a los padres se les hace la boca agua disfrutando con ellos, alentándolos y animándolos, pero muchas veces los progenitores convierten el juego en una obligación para los niños produciendose una simbiosis con sus hijos, de forma que los éxitos, los fracasos y cualquier otro suceso asociado a la práctica del deporte es algo que les afecta a los dos. Sin embargo, todo cambia cuando el niño va creciendo y llega a una edad en la que quiere ser independiente, en la que tiene otras necesidades que satisfacer y sus metas son otras, en definitiva que sus intereses son distintos a los de su padre y comienza a tener falta de ganas por entrenar y competir. En principio su progenitor piensa que se trata de algo pasajero y que nada ha cambiado, pero ve con sorpresa como empiezan a surgir diferencias entre los dos y se produce el tan nombrado choque generacional que lleva a la incomprensión. Para el padre lo que antes eran éxitos y alegrías ahora son fracasos, para el hijo comienza la etapa en la que la libertad e independencia es lo que importa, el deporte pasa a un segundo plano y ya no es prioritario, dejándolo ha logrado eliminar muchas presiones y ahora le toca decidir lo que quiere hacer. Por contra para el padre ésto es muy difícil de digerir y asimilar, y ve como empieza a abrirse una grieta en las relaciones con sus hijos, además se da cuenta de que el tiempo que antes tenía ocupado acompañándolo en su deporte ahora está vacío y no sabe como ocuparlo, se enfrenta a una nueva forma de vivir después de haber dedicado varios o muchos años a esta tarea que equivocadamente consideraban una ilusión compartida.
La conclusión a la que se llega es clara, no se puede ni se debe vivir en lugar de los hijos y, son ellos los que en un momento de su vida deciden lo que quieren hacer. A los padres tan solo les queda saber asimilar y aceptar la situación, lo que no nos engañemos es bastante difícil de hacer.
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