El otro día llegó a mis manos vía email una presentación en powerpoint con cuyo contenido me sentí identificado de inmediato. El tema era simple, contaba lo que pasaba durante nuestra infancia y primeros años de la adolescencia, época ahora muy distante aunque siempre presente en nuestra mente cuando hablamos de nuestros hijos y les ponemos por ejemplo lo que hacíamos. Han pasado más de treinta y cinco años pero lo recuerdo como si fuera ayer: nuestros juegos, nuestros amigos, nuestras travesuras, la forma en que nuestros padres nos daban libertad para actuar dentro de unas normas establecidas con claridad, hora de salida, hora de llegada, respeto hacia los demás, comportamientos, ... esa película les sería irreconocible y creo que hasta incomprensible a nuestros hijos.
En aquella época apenas había televisión, no todos tenían teléfono y la radio era nuestra compañera en las largas noches de invierno. A la escuela íbamos con "babi" y los pantalones cortos nos duraron hasta bien entrada la adolescencia, nuestra cartera contenía tan solo un libro y algunas libretas, y debíamos aprovechar el papel por delante y por detrás y sin apenas dejar márgenes. El día en que el televisor entró en mi casa fue todo un acontecimiento, aparato en blanco y negro capaz de proyectar imagen y sonido, con unas lámparas en la parte de atrás que tardaban en calentarse y que en alguna ocasión mi padre osaba sustituirlas por algún cigarrillo, y no es imaginación. Nuestros programas preferidos Bonanza, la tortuga Dar tañan, TOM y Jerry, y por las noches El Fugitivo, que por cierto tenía dos rombos y mis padres no me dejaban verlo.
Cuanto han cambiado las cosas, ahora nuestros hijos tienen móviles, videoconsola, ordenador, dinero,... y cuantos caprichos deseen. Ahora nos desvivimos por saber con quién salen, donde van y que es lo que hacen, ahora intentamos evitar que sufran como si necesitáramos vivir por ellos y así impedir que vivan malos momentos o malos rollos. Yo tenía mis secretos, y cuando me peleaba con un amigo o con un enemigo, o discutía (¿Cuándo?) con un profesor, o no contaba nada o el profesor siempre tenía razón y el castigo que me había impuesto era merecido, y no es que no me escucharan sino que estaban tan ocupados y vivían en una disciplina tan férrea que no tenían tiempo de nimiedades ni de complicaciones. Éramos de clase trabajadora y nos estaba prohibido luchar contra los poderosos aunque fuesen simples maestros. Hay que decir también que nuestras vidas no estaban tan sujetas a miles de normas que nos protegían de todo y nos prohibían casi todo, la religión obligatoria ya se encargaba de establecer una moral y una forma de vida que pocos podían saltarse si no querían ser señalados. Y respecto a la política tan solo existía un pensamiento y el Jefe del Estado y sus huestes de Movimiento Nacional siempre tenían razón, nos conducían por la senda correcta y nos daban la protección que nos merecíamos. En mi casa no se podía hablar de política, mis padres habían sufrido la represión franquista en sus carnes y no querían problemas, además la educación que recibíamos estaba tan manipulada que prácticamente nos lo creíamos todo y Franco el todopoderoso era como Dios. Quien me iba a decir que cuando tenía trece o catorce años y sacaba a colación los méritos del gobierno franquista y la composición de las Cortes, mi padre me dijera que lo que teníamos era una dictadura y yo defendiera a sangre y fuego la forma de representación franquista, las columnas en las que se sustentaba el estado,...
Pero bueno, no quería que estas fueran mis reflexiones, sino el llamar la atención de la forma en la que estamos educando a nuestros hijos, como realmente no sabemos inculcarles, no a todos claro, los conceptos por los que tanto lucharon nuestros padres. Cuando fuimos padres teníamos claro que lo íbamos a hacer mejor que nuestros progenitores, pero he de decir que no es cierto, que tenemos muchas lagunas, que la vida se ha complicado de tal manera que hay muchas veces que no sabemos lo que hacer y el enfrentamiento con nuestra prole está a flor de piel, las distancias entre generaciones existían y existen pero para mí ahora son como abismos muy difíciles de pasar. La esperanza es lo último que se pierde y el esfuerzo por reconducir las situaciones siempre lo haré, pero cuan difícil es elegir el camino más adecuado.
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