Aunque la desaparición del telón de acero y de los países de la órbita soviética parecía indicar el comienzo de un sistema internacional estable bajo la batuta de la gran y única superpotencia, los conflictos locales se han incrementado y su repercusión en el contexto internacional es evidente.
Por un lado las posiciones de los seguidores de Mahoma se han radicalizado y han dado lugar a una nueva situación de continua tensión ante los probables atentados de los yijadistas, que perturban la tranquilidad del mundo especialmente del desarrollado.
La economía se ha visto amenazada por la posiciones de los países productores de petróleo que han jugado a la obtención de mayores beneficios aprovechando el aumento de la demanda causada en gran medida por las necesidades de los países emergentes.
Por un lado las posiciones de los seguidores de Mahoma se han radicalizado y han dado lugar a una nueva situación de continua tensión ante los probables atentados de los yijadistas, que perturban la tranquilidad del mundo especialmente del desarrollado.
La economía se ha visto amenazada por la posiciones de los países productores de petróleo que han jugado a la obtención de mayores beneficios aprovechando el aumento de la demanda causada en gran medida por las necesidades de los países emergentes.
En Sudamérica, y a pesar del declive de Castro, aparecen nuevos populistas dirigidos por el venezolano Chaves que no duda en atacar a la gran superpotencia en lo político y, apoya a los demás países regidos por nacionalistas populistas que aparecen como aladines de los pobres que arremeten contra las multinacionales que explotan las riquezas de sus subsuelos.
Y por si fuera poco el gran durmiente, si alguna vez lo estuvo, el sucesor de la URSS, la gran Rusia dirigida por el antiguo espía Putin comienza a despertar y a base del “chantaje energético y tecnológico militar” toma de nuevo posiciones frente al resto del mundo, especialmente de la UE, potencia económica que no logra serlo en lo político al no ser capaz de olvidar su historia.
Pero la cosa se complica aún más, pues el aumentar las diferencias norte sur comienzan a producirse los grandes movimientos migratorios que obligan a los ricos a establecer fronteras artificiales, o a mirar por fin hacía abajo y solventar los graves problemas del tercer mundo, ayudándoles a lograr estabilidad política y social, a su desarrollo, a la lucha contra pandemias como las del sida que diezma sus poblaciones y, en la esperanza de que desaparezcan las guerras tribales de los países africanos, a los que olvidamos en todo excepto en la extracción de sus riquezas minerales y en la venta de armas para ayudarles a seguir destruyéndose.
Y en el fondo y como problema perenne y subyacente inundándolo todo, la crisis perpetúa del oriente medio, donde Israel continua con su particular guerra en contra de todos los vecinos apoyado por el amigo americano y contribuyendo a que el tablero de ajedrez se enmarañe y parezca más una tela de araña que el lugar donde cada cual mueve sus fichas según unas normas preestablecidas.
Podríamos continuar, pero creo que la muestra es suficiente. El mundo desde que es mundo se ha visto siempre inmerso en conflictos de difícil solución que han llegado a situaciones extremas en las dos grandes guerras mundiales, y ha ido saliendo a flote, pero ahora parece una olla a presión con innumerables ranuras por las que se escapa el vapor. Lo positivo quizá, que el diálogo existe en la mayoría de los casos y muchos países se involucran en la resolución de los problemas por muy alejados que se encuentren de ellos. Esperemos que los hombres sepamos ir tapando esas ranuras que amenazan con agrandarse y resquebrajar la olla.
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