La reciente reunión de los jefes de estado o de gobierno de la Unión Europea en Finlandia donde fue invitado el señor Putín ha puesto sobre la mesa distintos problemas que afectan a nuestra relación con el vecino del este.
El primero es que Rusia se considera una potencia mundial y ha hecho, hace y hará todo lo que esté en su mano para que los países de su entorno lo sepan y hasta lo sientan.
En segundo lugar, que las repúblicas exsoviéticas no olvidan la opresión que sufrieron durante los años en que fueron satélites del gigante comunista, en especial de Rusia, y o por eso no se fían de su vecino.
En tercer lugar, que el país de Putín no permite que nadie se inmiscuya en su política interna, por muy dura que sea la mano con la que resuelve sus problemas fronterizos o con la que maneja a la disidencia interna, periodistas, empresarios, minorías,.... Así los comentarios de algunos países o del presidente del parlamento europeo en pro de los derechos humanos y de la necesidad de acabar con las mafias y los asesinatos selectivos han caído en saco roto, y han sido contestadas por Putín indicando que nadie puede darle lecciones de democracia cuando en algunos países hay políticos procesados por la corrupción urbanística, en otros nació la mafia, y los países europeos no dieron una lección de buen hacer en la crisis de las Balcanes. Todo claro.
En cuarto lugar, que la Unión Europea carece de una política energética común que les permita vislumbrar un futuro tranquilo y sin agobios energéticos. Al menos, eso sí, se ha llegado a la conclusión de que es necesario diversificar las fuentes de energía, invertir en nuevos medios de producción, nuclear, biomasa, solar, eólica,.... y favorecer el ahorro, de modo que disminuya la dependencia exterior.
En quinto lugar, que las potencias que existen en el seno de la Unión no tendrán reparo en defender sus intereses independientemente del resto, caso de Alemania y su acuerdo con Rusia en materia gasística.
En sexto lugar, que la Unión Europea carece de política internacional , tan solo en algunos temas existe consenso, y son las grandes potencias las que desean seguir actuando unilateralmente, contando con el resto tan solo cuando sus intereses sean coincidentes. Tan solo en la defensa de los derechos humanos, y en la exigencia de velar por la democracia parece existir acuerdo, todo esto afecta directamente al peso específico que la unión tiene en el contexto internacional. La Europa de los veinticinco está más preocupada de mirarse el ombligo que de llegar a una postura común de gran potencia. Por eso cuando se habla de unión política y monetaria, lo de política habrá que ponerlo entre comillas.
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