Hace años la política internacional se basaba en la existencia de dos bloques el occidental liderado por EEUU y el soviético, comunista u oriental liderado por la antigua URSS. Ambos bloques movían fichas en un tablero de ajedrez, librando sus batallas en terceros países en los que los dos grandes apoyaban a facciones enfrentadas, la guerra fría regía las relaciones entre los bloques y parecía que todo discurría bajo una cierta lógica del enfrentamiento casi silencioso.
La desmembración de la antigua URSS, con la aparición de nuevos estados y la separación de los países del bloque comunista, la eliminación del muro de Berlín, la unificación de Alemania y la entrada de Rusia, o al menos su pretensión de formar parte del mundo democrático y del liberalismo económico dio paso a la hegemonía de los EEUU, al nuevo imperialismo americano que ha campado a sus anchas, sin ninguna oposición, aprovechando el desmembramiento de la URSS y la marcha nefasta de la política interna rusa.
Rusia, sucesora de la unión soviética, ha demostrado que no es capaz de asumir los principios democráticos y, desde el punto de vista económico no es capaz de asumir los principios del liberalismo económico, produciéndose en su seno una lucha sin cuartel por el poder en el que las mafias tienen mucho que decir y donde el estado quiere seguir tutelando instaurando un régimen de hierro que no admite críticas de nadie y de ningún tipo. Y donde a pesar de que la población pobre es cada vez mayor, de la inexistencia de un estado social, y del incremento de las diferencias económicas entre pobres y ricos, Putín se ha convertido en un nuevo zar apoyado por una ciudadania de talante nacionalista que piensa que el estado debe tener toda la capacidad, legal o ilegal, para luchar contra el terrorismo y para recuperar la idea del antiguo imperio de los zares.
La desmembración de la antigua URSS, con la aparición de nuevos estados y la separación de los países del bloque comunista, la eliminación del muro de Berlín, la unificación de Alemania y la entrada de Rusia, o al menos su pretensión de formar parte del mundo democrático y del liberalismo económico dio paso a la hegemonía de los EEUU, al nuevo imperialismo americano que ha campado a sus anchas, sin ninguna oposición, aprovechando el desmembramiento de la URSS y la marcha nefasta de la política interna rusa.
Rusia, sucesora de la unión soviética, ha demostrado que no es capaz de asumir los principios democráticos y, desde el punto de vista económico no es capaz de asumir los principios del liberalismo económico, produciéndose en su seno una lucha sin cuartel por el poder en el que las mafias tienen mucho que decir y donde el estado quiere seguir tutelando instaurando un régimen de hierro que no admite críticas de nadie y de ningún tipo. Y donde a pesar de que la población pobre es cada vez mayor, de la inexistencia de un estado social, y del incremento de las diferencias económicas entre pobres y ricos, Putín se ha convertido en un nuevo zar apoyado por una ciudadania de talante nacionalista que piensa que el estado debe tener toda la capacidad, legal o ilegal, para luchar contra el terrorismo y para recuperar la idea del antiguo imperio de los zares.
A todo ello ha contribuido EEUU que no ha cesado de acosar al Kremlin, instalando bases o llegando a acuerdos económicos y/o militares con casi todos los países de la antigua órbita soviética, y con los nuevos estados asiáticos y caucásicos. Por su parte Rusia comienza a renacer basando su fuerza en el petróleo y en el gas, de los que se ha convertido en una gran reserva, y a los que utiliza para generar influencias y presionar a sus vecinos, es el arma energética.
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