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12 diciembre 2006

La muerte de otro dictador

La muerte del dictador chileno Augusto Pinochet me trae a la mente recuerdos de mi juventud, cuando la lucha por las libertades, por los derechos y por la democracia era la esencia de nuestras vidas, cuando militábamos en cualquier partido democrático independientemente de su ideología siempre y cuando nos permitiera ir a manifestaciones, repartir propaganda, pasquines y periódicos impresos con los medios de los que disponíamos. Recuerdo las asambleas en las facultades y universidades , foros de discusión en los que intentábamos acordar que acciones realizar frente a la dictadura y a sus sucesores. La principal controversia era si ir por el camino de la ruptura democrática, camino revolucionario, o por el de la transición pacífica, que fue el que finalmente venció. Pero en estas reuniones multitudinarias también acodábamos cómo responder ante la represión de las fuerzas del orden, de los grises, frente a las detenciones indiscriminadas de nuestros compañeros, para ello nuestra arma principal era la ocupación de la calle para manifestar nuestras posturas y exigir el respeto de los derechos fundamentales, a la libertad de expresión, de reunión y de manifestación. Eran muchas las ocasiones en las que tras una asamblea en el hall de alguna facultad decidíamos salir directamente a la calle, gritando eslóganes antifacista, cortando el tráfico, provocando la aparición de la polícia antidisturbios con sus vehículos y sirenas con los que nos envestían por detrás intentando dispersarnos. En estas ocasiones además del apoyo de algunos transeúntes también encontrábamos mirones que estaban en las aceras o en las ventanas desde donde alentaban a la policía para que nos reprimiera. Nunca olvidaré la vez en que después de manifestarnos y para huir de los grises nos refugiamos en nuestro piso y los vecinos de enfrente se chivaron a la policía que nos apuntó con sus rifles dispuestos a darnos una lección.

Hacía años que se había producido el golpe de estado en Chile y habían asesinado al presidente Salvador Allende en la Casa de la Moneda, la disidencia chilena ayudada por los cubanos realizaron un documental en el que contaban la historia de la llegada al poder del presidente Allende líder de la izquierda libremente elegido, los días que siguieron, las luchas sociales, la lucha por la igualdad, las comunas que se formaban en los barrios obreros para poder sobrevivir, la intransigencia y oposición continua de la derecha que no permitía al gobierno ejercer su papel, incluyendo a la democracia-cristiana, la huelga salvaje del transporte y, por último la preparación del golpe por las fuerzas armadas apoyadas por los EEUU y sus servicios de inteligencia. Durante la sonada la policía, el ejercito y los servicios secretos investigaban la vida de todo el que pudiera pensar de manera diferente, de los políticos que habían actuado con el gobierno de izquierda, de los sindicalistas, de los cantantes y , también investigaban y perseguían a sus familias porque la ideología era como una enfermedad que se transmitía de padres a hijos. El documental se proyectó en el Teatro Cervantes, estábamos todos, con los puños en alto, cantando la internacional y otras canciones revolucionarias y, a la salida nuestro grupo tenía pensado desplegar una pancarta, eran momentos de lucha aunque los peores ya habían pasado y se respiraba cierta tolerancia. La pancarta duró poco, ya que los grises se encargaron de retirarla de inmediato.


Lo cierto es que los dos dictadores han muerto, los dos sin ser juzgados y condenados, los dos dejaron su rastro, cometieron atrocidades, los dos pisaron e intentaron aniquilar a sus detractores, pero los dos murieron sin pagar por sus culpas. Olvidar todo esto es difícil, especialmente cuando en tu entorno familiar y entre tus amigos se han dado casos de personas que han sufrido directamente la represión, la memoria no debe estinguirse, debemos aprender del pasado pues forma parte de nuestra historia. No debemos olvidar sino exigir desde la convivencia pacífica, desde el estado de derecho, las leyes que nos permitan resarcir a los que sufrieron incluso con la pérdida de sus vidas, a los que fueron juzgados por tribunales de excepción en los que no había posibilidad de defenderse y bajo leyes inexistentes, porque te condenaban por el simple hecho de defender el orden constitucionalmente establecido. No creo que sea mala una norma que permita anular las sentencias de esos juicios sumarísimos y, ello no significa que queramos despertar un odio ya superado a través de la Constitución del 78, ni mucho menos.

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