El agua es uno de los bienes más preciados por el hombre, sin ella la vida en el planeta Tierra sería imposible, las plantas se secarían y los seres vivos desaparecerían de la faz de la Tierra, este extraordinario planeta azul. La importancia de este elemento se incrementa día a día, es necesario para la vida y también lo es para el desarrollo. Los países del tercer mundo, los pobres, la necesitan para sus cultivos y para sus animales, y los países ricos la necesitan especialmente para derrocharla. Economías como la española con un crecimiento espectacular en los últimos años han jugado con el agua y desean continuar haciéndolo. El boom inmobiliario, “el ladrillo lo tenía todo previsto”, había que realizar obras faraónicas para trasladar el preciado elemento desde las zonas ricas del norte a la cuenca mediterránea, con la excusa del déficit hídrico, de la necesidad de regar los campos y abastecer el consumo humano de los habitantes de la costa. Todos se frotaban las manos, ya no habría problema, la gran obra del señor Aznar y de su partido solucionaría todos los problemas, ya que habiendo agua ya no hay inconveniente en utilizarla especialmente en abastecer los millones viviendas que se iban a construir en la costa y, como el consumo humano es siempre prioritario quien se iba a oponer.
Como decían los sucesores del dictador Franco, todo atado y bien atado, aunque mira por donde ese pueblo de incultos, analfabetos, trabajadores en definitiva dieron una lección de sabiduría y lograron lo que tantos años de sufrimiento había costado: un sistema democrático de amplias libertades. Cierto es que ahora la lucha está por el dinero, todos quieren una tajada del ladrillo, todos desde el que vende la tierra como rústica, hasta el que la hace urbana y permite que se levanten nuevas ciudades que nadie sabe quien habitará, ni si existiran recursos suficientes, agua, electricidad, alcantarillado, medicina, hospitales, vías de transporte y comunicaciones. Pero a quienes más interesados están en construirlas nada les importa, porque en definitiva y dada las lagunas legales existentes, la falta de agilidad de las distintas administraciones, la lentitud de la justicia, etc no hay nada más fácil que la política de hechos consumados, y cuando quien corresponda decida que tal o cual construcción hay que derribarla porque en su origen no disponía de las licencias preceptivas, la opinión pública se dividirá y al final y dado el gran perjuicio que se `puede producir será mejor dejar las cosas como están. Casos hay muchos, el Gran Plaza de Roquetas, el hotel del Algarrobico, los más cercanos.
Pero es tanta la desfachatez de algunos, que como en el caso de Seseña son capaces de lanzar a la calle a sus trabajadores indicando que los culpables únicos de que no puedan seguir trabajando, peones, albañiles, fontaneros, electricistas,... son los señores que no quieren dar las licencias correspondientes basándose en que no existen recursos suficientes para atender a esas nuevas ciudades que se están construyendo.
Al final será verdad lo que muestran las películas catastrofistas del futuro, los edificios estarán vacíos y ruinosos, nada ni nadie los habiará, será como una película.
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