Hace años, antes de que cayese el muro de Berlín y desaparecieran los dos grandes bloques, la república yugoslava era ejemplo de convivencia y saber hacer, la religión parecía no ser un obstáculo en las relaciones de los distintos pueblos y de sus habitantes, y cierta apertura hacía occidente les permitía recibir en su costa a miles de europeos atraídos por su singular belleza y por sus bajos precios, esos momentos coincidieron con un aumento del turismo en los países del norte de África donde además los europeos acudían prendados por lo otras culturas significan. Este por asi decirlo boom fue en detrimento del turismo que años anteriores acudía al sol y la playa de nuestro país.
La situación cambió cuando las luchas nacionalistas y religiosas comenzaron a desmembrar a la antigua Yugoeslavía y a la vez el integrismo islámico iba haciendo su aparición en los paises ribereños del Mediterráneo, todo ello contribuyó a que de nuevo nuestro país fuera el destino de millones de personas que buscaban el sol, la playa y algo más, las fiestas y juergas nocturnas que tan famosos nos hacen. Si a todo esto le añadimos el aumento del nivel de vida de nuestros compatriotas y la tendencia a la segunda vivienda cerca de la play y el sol, facilitada por los muy bajos tipos de interés, y los grandes beneficios que la construcción aporta a promotores, inmobiliarias y constructores, con grandes plusvalías ,... nos lleva a poder justificar como en nuestros municipios, nuestros políticos entraron en una carrera desenfrenada por ofrecer espacios urbanizables y copar la costa, sin respetar el medioambiente, los derechos de las generaciones futuras y sin prever las necesidades de agua, electricidad, y servicios en general que la nueva situación puede provocar.
En esta borágine de la construcción, los que de toda la vida hemos vivido al lado del mar estamos observando como las playas se rodean primero de gruas y de obras y por fin de edificios que van conformando una singular barrera y que una vez habitados, si es que lo están alguna vez, las masas cubriran nuestras playas y allí donde antes había tranquilidad y paz ahora nos econtraremos como en las grandes avenidas de las grandes urbes. Es evidente que todo el mundo tiene derecho a disfrutar de nuestro sol y de nuestras costas, pero también es nuestra obligación cuidar nuestro medioambiente, nuestro paisaje, ya que las modas pasan y al final con este turismo de aglomeración por el que parecen decantarse nuestros ediles lograremos otro Torremolinos del que los que vivimos todo el año aquí no podremos disfrutar ya que será un nuevo bosque de cemento, por no decir un nuevo cementerio.
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